giovedì 10 novembre 2016

OMOSESSUALITA', IPERSESSUALITA', ASESSUALITA': LOGICHE DEL GODIMENTO. Di German Arce Ross


Pubblichiamo (per ora in spagnolo) alcuni paragrafi di un lungo e articolato saggio clinico di GERMAN ARCE ROSS, psicoanalista che vive e lavora a Parigi, di formazione lacaniana, tra l’altro docente presso il Département de Psychanalyse de Paris VIII e autore di vari libri.
   In questo articolo - pubblicato nel nov. 2016 nel sito 
http://www.psychanalysevideoblog.com/
 - egli esplora una vasta gamma di problematiche tra cui quelle relative all’omosessualità, alla bisessualità,  all’ipersessualità, al godimento, alla funzione del padre e della madre, alla sessuazione. 
   Abbiamo scelto qualche passo. Rimandiamo al sito in cui è possibile leggere l’intero articolo con la relativa bibliografia: 
http://www.psychanalysevideoblog.com/los-factores-rosas-de-homosexualidad-y-de-otras-condiciones-de-goce/


I Fattori rosa nell’omosessualità 
e nelle altre condizioni del godimento 
(Les Facteurs roses dans l’homosexualité et dans d’autres conditions de jouissance).

Che cosa può affermare la psicoanalisi in merito al soggetto della causalità psichica dell’omosessualità, della bissessualità, dell’ipersessualità e della asessualità? Queste condizioni di godimento hanno una relazione intrinseca o non hanno niente a che vedere una con l’altra? Si nasce gay o l’ipotesi della causalità genetica è erronea? Se non riscontriamo causalità genetiche per le condizioni del godimento, dove e come possiamo situare la causalità psichica di queste problematiche? In che misura si può parlare di reversibilità, di fluidità e di malleabilità e come definire con precisione i fattori della causalità di queste condizioni di godimento? (Nota introduttiva tradotta in italiano).

No se nace gay ni bisexual ni hipersexual ni asexual

Hoy en día, hay investigadores que comienzan a afirmar, desde hace algunos años, que la homosexualidad no tiene ninguna causa genética y que la idea de que se nace homosexual (o bisexual o hipersexual o asexual) es una mera ilusión, lo que lógicamente no me sorprende para nada. Así, como lo anuncian nuevas publicaciones, «ocho grandes estudios de gemelos idénticos en Australia, en los EE.UU. y en Escandinavia, durante las dos últimas décadas, llegan todos a la misma conclusión: los homosexuales no han nacido de esa manera» (Ellis, 2014).
Para William Byne, los orígenes de la homosexualidad han sido un tema de intenso debate desde que el concepto de orientación sexual surgió, a partir de la reconceptualización de los sexos que se produjo durante el siglo XVIII en el norte de Europa. En 1993, según Byne, algunos «estudios […postulaban] factores biológicos como la base principal de la orientación sexual. Sin embargo, no hay ninguna evidencia actual que apoye una teoría biológica, así como no hay tampoco ninguna evidencia convincente para sustentar una explicación psicosocial. Pero, a partir del momento en que todo comportamiento debe tener un sustrato biológico mínimo, el atractivo de las explicaciones biológicas actuales de la orientación sexual puede derivar más de la insatisfacción de las explicaciones psicosociales actuales que de un cuerpo contundente de datos experimentales.
Una revisión crítica muestra la falta de una teoría biológica. En un modelo alternativo, temperamentos y rasgos de personalidad interactúan con el entorno familiar y social cuando surge la sexualidad del individuo. Debido a la idea de que tales rasgos puedan ser hereditarios o de que su desarrollo pueda estar influenciado por hormonas, el modelo predice una aparente heredabilidad distinta de cero para la homosexualidad, sin necesidad de que cualquiera de los genes o de las hormonas influya directamente en la orientación sexual per se » (Byne, 1993, 1994). Como se nota, Byne intenta, como tantos otros, hacer existir, a como dé lugar, una eventual causa genética aunque esta no pueda ser probada. Incluso, hace depender los “rasgos y temperamentos psicosociales” de una base hormonal o genética. Muchos de los organicistas animados por las ideologías de los grupos sex-identitarios intenta así modificar los resultados de las investigaciones para que estas coincidan con la hipótesis genética. Aunque es verdad también que Byne reconoce que las causas genéticas nunca han sido evidenciadas y no pueden ser probadas.
De la misma manera, una investigación de Bailey y Richard Pillard con gemelos idénticos en los casos de homosexualidad admitía ya, en 1991, que «aunque la homosexualidad masculina y femenina parece ser al menos algo hereditario, el medio ambiente también debe ser de importancia considerable en sus orígenes» (Bailey & Pilard, 1991). Un poco más tarde, en un estudio sobre el hipotálamo, Simon Levay (1991) dijo que «es importante hacer hincapié en lo que no he encontrado. Yo no he podido probar que la homosexualidad sea genética. No he podido mostrar que los homosexuales nazcan así, como tampoco he podido localizar ningún centro gay en el cerebro» (Nimmons, 1994). A su vez, la asociación de padres, familiares y amigos de lesbianas y gays (PFLAG), una de las organizaciones pro-homosexuales más grandes de USA, explicó en esa época que no había pruebas contundentes de que las personas nazcan homosexuales, en su folleto «¿Por qué preguntar por qué?» (PFLAG, 1995). Por su lado, Blanchard y Bogaert tampoco encontraron ninguna correlación entre la atracción hacia personas del mismo sexo y la hipótesis de la transmisión hormonal intrauterina (Blanchard & Bogaert, 1996).[...].
Como yo mismo lo sustento a partir de mi trabajo clínico y como lo han observado otros psicologos, psiquiatras y psicoanalistas antes de mí, Neil Whitehead afirma también que, en términos genéticos, fisiológicos, funcionales, la orientación sexual no es fija sino fluida, es decir que ella puede variar, cambiar, según las circunstancias de la vida. Él nos relata algunos casos de conversión de la heterosexualidad en homosexualidad como también, al revés, « cambios espontáneos de homosexual a heterosexual» (Whitehead, 2016).
Igualmente, en la version 2014 del manual de la Asociación Americana de Psicología, Lisa Diamond concluye diciendo que «contrariamente a la creencia popular según la cual los individuos con atracciones exclusivas al mismo sexo representan el “prototipo” de las minorías sexuales y que los que tienen patrones de atracción bisexual son excepciones poco frecuentes, lo cierto es exactamente lo opuesto. Los individuos con patrones no exclusivos de atracción son indiscutiblemente la “norma” y aquellos con atracciones exclusivas al mismo sexo son la excepción» (Diamond, APA Handbook, 2014). Vemos aquí que la bisexualidad es la que predomina y encuadra a la homosexualidad, de tal manera que, potencialmente, el sujeto puede oscilar del mismo sexo al sexo opuesto.

A ese respecto, la psicóloga californiana Laura Haynes enfatiza que tanto el DSM-V de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, Diagnostic and Statistical Manual, Fifth Edition, p. 455) como el Manual de la Asociación Americana de Psicología (Diamond, APA Handbook, v. 1, 2014, p. 744) reconocen ambos que «la identidad transgénero fluctúa y que la inmensa mayoría de los menores con “disforia de género” acaban finalmente por aceptar su sexo cromosómico» (Haynes, 2016). Laura Haynes afirma también que «curiosamente, la Asociación Americana de Psicología ha guardado silencio sobre algunas investigaciones que muestran que crecer sin tener a uno o a ambos de los padres biológicos, especialmente al padre que es del mismo sexo que el niño, está potencialmente relacionado, de manera causal, con el hecho de desarrollar atracción por el mismo sexo o tener disturbios en la identidad al propio sexo (Frisch & Hviid, 2006; Francis, 2008; Udry & Chantala, 2005). Si la indisponibilidad de los padres puede tener tales efectos para algunos individuos, ¿por qué queremos tomar tan a la ligera la posibilidad de que la falta de disponibilidad emocional de los padres, y especialmente del padre del mismo sexo del niño, pueda tener efectos similares para otros? » (Haynes, 2016).
Por todas esas razones y por los estudios elaborados hasta 2014, la idea según la cual “se nace gay” es para Diamond un «mito» y en sus conclusiones ella afirma de manera clara que la homosexualidad es fluida y maleable (Diamond, 2008, 2013) y que, por eso mismo, puede cambiar y sin duda es reversible (Hodges, 2016).
Se puede también obtener más información interesante sobre este tema en el trabajo de Lawrence Mayer y de Paul McHugh, respectivement epidemióloga y Jefe de Psiquiatría du Johns Hopkins Hospital, trabajo intitulado «Sexuality and Gender. Findings from the Biological, Psychological, and Social Sciences», publicado en 2016. En ese trabajo, los autores afirman que, definitivamente, «no se nace con una orientación sexual fija»  (Mayer & McHugh, 2016).

La Homosexualidad es una de las múltiples condiciones de goce de la heterosexualidad

De todas maneras, en cuanto a sus causas posibles, como a sus modalidades de manifestación y de modificación eventuales, hasta ahora no tenemos ninguna razón para separar a la homosexualidad de otras condiciones de goce que pertenecen a la heterosexualidad, como la bisexualidad, la hipersexualidad y la asexualidad. Como bien lo dice Freud, «la investigación psicoanalítica rechaza terminantemente la tentativa de separar a los homosexuales de los demás humanos como un grupo diferentemente constituido» (Freud, 1905, p. 784). En muchos casos se observa que un sujeto puede alternar entre una modalidad y otra de estas condiciones de goce, aunque también se puede cristalizar de manera perenne y exclusiva en una sola. En todo caso, existe como una familiaridad fenomenológica y estructural entre estas cuatro posibilidades de goce. Incluso, según Freud, como tantos otros comentadores después de él, «el sujeto [homosexual] puede haber expulsado de su memoria, por represión, las pruebas de sus anteriores sensaciones heterosexuales» (p. 780). Eso nos lleva afirmar, sin lugar a dudas, que la homosexualidad, de la misma manera que las otras prácticas sexuales mencionadas, pertenece al campo de la heterosexualidad.
En ese sentido, los fantasmas, los sueños, los miedos y las fobias normales de homosexualidad pueden manifestarse en el proceso de maduración o de desarrollo psicosexual del muchacho y de la muchacha heterosexuales, de manera más o menos aguda según los casos. Hay veces incluso en que estos fantasmas y miedos llevan al joven a experimentar intercambios homosexuales que les sirven de ersatz para ir más tarde a la conquista de las mujeres. Y en una minoría de casos ocurre un periodo de homosexualidad transitoria que se revierte más tarde en heterosexualidad exclusiva. Aunque estas dos últimas modalidades sólo se dan en casos en donde ya existe alguna perturbación importante del proceso psicosexual. Y sólo en una ultra-minoría de casos existe una homosexualidad exclusiva desde el comienzo y durante toda la vida sexual del sujeto, salvo si el paciente efectúa una psicoterapia o un psicoanálisis. Son únicamente estos últimos casos a los que casi todos los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas llamamos homosexuales. Sin embargo, como acabamos de ver, estas observaciones implican que la homosexualidad, tanto en términos fantasmáticos positivos (curiosidad) o negativos (miedos) como en términos de experiencias transitorias o alternas e incluso perennes, pertenece completamente a la heterosexualidad.
Ahora bien, ¿cuáles serían los elementos que nos llevarían a identificar las causas psíquicas de la homosexualidad, de la bisexualidad, de la hipersexualidad y de la asexualidad?

Gemelidad, rivalidad o ausencia del padre

El Mimetismo de los “gemelos idénticos” en las parejas de homosexuales. 

Como hemos visto, es curioso que los universitarios consacren tanta energía y tanto tiempo a buscar un mítico “gen gay” en hermanos gemelos idénticos, como si esta “gemelidad” se diera de manera misteriosa y subterránea en la realidad. Pero, de una cierta manera, talvez haciendo uso de un poco de pensamiento mágico o, más bien, apelando a una cierta percepción o intuición psicológica, ¿no tienen estos investigadores suficientes razones par hacerse una pregunta aparentemente tan absurda? Porque, efectivamente, ¿no es verdad que de cierta manera estas cuestiones se perciben en la realidad de la sociedad hoy en día, aunque, claro está, la explicación sea muy diferente de la genética? Es decir, ¿no existe en esas comunidades sex-identitarias una gran tendencia a la uniformización, a la gemelización, a la fabricación de identidades artificiales que hasta se puede observar en las transformaciones antropológicas del cuerpo humano?
Digo esto, porque justamente, de manera muy frecuente, se puede hoy en día avistar en las calles de las ciudades occidentales varias parejas de gays que actúan y se visten casi como hermanos gemelos idénticos. Tienen a veces la misma edad y hasta la misma estatura, llevan las mismas ropas y los mismos accesorios (anteojos, bolsos, bufandas, etc.), tienen el mismo corte de pelo o la misma calvicie, el mismo bigote o la misma barba, actúan y se comportan de manera idéntica y sincrónica con los mismos rasgos, los mismos movimientos y los mismos gestos, con una rigidez o una cadencia equivalentes, con centros de atención semejantes y reacciones emocionales parecidas. Van a los mismos lugares, frecuentan las mismas playas, los mismos bares y restaurantes, los mismos barrios que deben ser identitariamente “friendly”. Es tan evidente el mimetismo en esas parejas y grupos de amigos homosexuales o bisexuales que parece que han nacido juntos y que aceptan y asumen ser “gemelos idénticos”. De una cierta manera son como “hermanos” que conforman un gran familia, aunque sin padres ni hijos ni abuelos, todos “hermanos gemelos”. Siendo tan diferentes de las parejas hombre-mujer en general, se puede fácilmente deducir que ellos se identifican radicalmente a un amor de lo Mismo en una inédita y neo-liberal identidad dual.
Lógicamente, nadie osaría considerar que tal mimetismo o identificación a lo Mismo en esas parejas pudiese tener un origen biológico o una causa genética. Porque se trata de una gemelidad imaginaria y de una construcción aparente y artificial de “identidad” que tienen una base puramente psíquica e intersubjetiva, aunque provocan también ciertos efectos, por vía de identificación al goce, en lo real del cuerpo. Cuando existe ese nivel de identificación tan alto en algunas parejas —como en las que yo he llamado parejas reclusas o secta-a-dos en el caso de las parejas maníaco-depresivas por ejemplo—, el cuerpo de cada uno puede reaccionar, modelarse, optar por funciones nuevas y modificarse progresivamente hasta asemejarse y sincronizarse, de forma impresionante, con el cuerpo del otro. Y esta modificación, adaptación y cristalización psicosomáticas no tienen, sin embargo, como ya dijimos, nada que ver con orígenes genéticos ni con causas biológicas.
Se trata más bien de procesos equivalentes de identificación a una identidad imaginaria que animan, o han animado, a algunos grupos como los hippies, los punks, los metals, los góticos, las “wa-lolita”, las “yamamba” o las “kawaii” niponas, etc. Salvo que en este caso se trata de parejas que además conforman no sólo un simple grupo de identificación, o un movimiento sociocultural, sino que pertenecen a una comunidad de identidad adhiriendo masivamente a intereses especiales que los distinguen de todo el resto de la sociedad. Pero estos sujetos no son, en el fondo, realmente diferentes ni en estructura ni en fenomenología, ni en deberes ni en derechos, ni en orígenes ni en destinos, de los otros sectores de la sociedad. Es por esa razón que no debemos creer en ideologías sex-identitarias extremas que intentan reunir estos sujetos en “identidades” ficticias, creadas en función de goces muy particulares, aunque fetichizados, que en el fondo pertenecen a la heterosexualidad.

El padre hermano o el padre rival es, en el fondo, el padre ausente

Una de la causas anotadas desde Freud, siempre ha sido y aún lo es la ausencia de un modelo masculino enérgico en la relación con el niño en los primeros años de su infancia. Así, en «Los Tres Ensayos sobre la teoría sexual», cuando Freud estudia la etiología de la homosexualidad, sitúa sobretodo «la intimidación sexual precoz» y la «ausencia de un padre fuerte» (p. 785) como factores preponderantes.
Estos factores que vienen del padre tienen varias modalidades de aplicación que varios autores han estudiado después de Freud.
En primer lugar, está la ausencia moral paterna que puede existir en la relación de amor y de rivalidad atrofiada entre el padre y el hijo como si los dos fueran “hermanos”. Esta gemelidad padre-hijo hace quedar fuera de juego la función psíquica del padre simbólico pero con una suplencia imaginaria completamente inútil y patógena. En estos tipos de familia no se construye el patriarcado necesario a la cultura occidental y humana en general sino un tipo de “fratriarcado”. Este es uno de los riesgos de las familias monoparentales, riesgos que se han incrementado de manera exponencial en las nuevas familias homoparentales, en donde dos hombres en pareja con hijos funcionan como hermanos mayores y los hijos como hermanos menores.
El fratriarcado que produce esta gemelidad positiva de padre a hijo puede implicar en una intimidación precoz del hijo en su relación con el otro sexo. Esta gemelidad la llamamos positiva porque se establecen relaciones “democráticas” u “horizontales”, es decir no jerárquicas, entre padre e hijo como si los dos fuesen amigos o más bien hermanos casi idénticos que actúan en un mismo plano.
En segundo lugar, se puede hablar de la inversión de la relación de paternidad en la que el padre se vuelve hijo de su hijo o, mejor dicho, hermano menor de su hijo (o del hijo de su homo-pareja). Esta relación, diferente a la gemelidad positiva, puede presentar todas las características de la gemelidad negativa, es decir una rivalidad impresionante en la paternidad imaginaria porque el hijo, a como dé lugar, intenta zafarse de la tendencia del padre (o de la homo-pareja del padre) que quiere ponerlo en una “fratría” que no corresponde a la realidad.
En tercer lugar, tenemos la ausencia de cuerpo o la ausencia simbólica del modelo masculino o incluso las ausencias transitorias intercaladas con presencias violentas, en la posición del padre cuando se relaciona, o cuando rehuye a relacionarse, con su hijo. Es también esta modalidad que hace decir a algunos autores lo difícil que puede ser par un hombre mantener su papel de padre y cuánto puede ser nefasto para los hijos si no se cumple de manera adecuada. Así, por ejemplo, para Guy Corneau, «la firma del padre ausente se encuentra en la fragilidad de la identidad masculina de sus hijos» (Corneau, 2003, p. 53). Esto vá en el sentido en que, según Corneau, la ausencia del padre produce un complejo paterno negativo que consiste en una falta de estructura interna. También, más cerca de nosotros, Giancarlo Ricci considera que «un padre que, sin ocupar el lugar simbólico que le pertenece, se sitúa por ejemplo a su vez como hijo, como amigo o como hermano, pone en acto las condiciones para que el niño carezca de un modelo masculino» (Ricci, Il padre dov’era, 2013, p. 122).
La principal idea de la cual partimos ahora es que tanto el padre hermano como el padre rival equivalen al padre ausente y que esta situación puede traer graves consecuencias para la identidad sexual y la orientación sexual del hijo. La cuestión es saber bajo qué circunstancias se agencia este terrible declive del padre que nos viene desde la primera mitad del siglo XX.
Luego de estas consideraciones tan interesantes que nos permiten identificar el lugar intersubjectivo en que ocurren los problemas relacionados con las condiciones de goce, ¿cómo podemos entonces definir y analizar los factores de la causalidad psíquica en la homosexualidad, en la bisexualidad, en la hipersexualidad y en la asexualidad?

O la madre le hace la ley al padre o es víctima de su violencia

La ley de la madre “en el momento decisivo”.

En principio, hemos notado los siguientes elementos que vienen desde los trabajos de Freud, de Lacan, de algunos otros psicoanalistas post-freudianos y post-lacanianos así como también de mis propias observaciones. Estos elementos tienen que ver sobretodo con la relación a la madre, al padre e incluso a la pareja de los padres. De esta manera, en primer lugar, se puede hablar de una preeminencia afectiva exagerada de la madre o del hecho que, en presencia del padre o no, la madre ocupa de manera absolutista el rol del padre. En segundo lugar, se vería a un padre ausente o que no efectúa su rol de transmisión del modelo masculino o que lo hace, al contrario, de manera exagerada, violenta y obligatoria, lo que incurre al final en el mismo trastorno de transmisión masculina. En tercer lugar, habría que añadir una problemática íntima en la alcoba de los padres, tanto en términos de déficit de deseo sexual como de excesiva felicidad íntima entre ambos.
Como crítica, se podría decir que estas consideraciones son muy amplias o muy generales, porque, si seguimos seriamente las causas que el psicoanálisis propone para la psicopatología, prácticamente todos los rubros de ésta estarían mediados o provocados por estas tres instancias que serían la madre, el padre y la pareja de los padres. Es decir que utilizar de esta manera tan genérica la causalidad psíquica de la homosexualidad no nos dice específicamente cuál aspecto de la vida de la madre, cuál aspecto de la vida del padre y cuál otro de la pareja de los padres sería realmente operacional y de qué forma. Evidentemente, según nuestro punto de vista, estos tres elementos pueden y deben ser aprovechados para el análisis de las causas de las condiciones de goce. Pero siempre sabiendo que de los múltiples aspectos que componen la vida psíquica de la madre (o del padre), algunos han podido quedar activos, es decir han podido quedar a la espera de una transmisión directa al hijo (o a la hija), o incluso han podido quedar a la espera de una transmisión indirecta por vía de la pareja de los padres.
Después de Freud, es más que nada en función de los elementos que tienen que ver con la vida psíquica de la madre y del padre que Jacques Lacan trabajó cuando se interesaba a la psicopatología de la homosexualidad. Así, por ejemplo, él dice sobre la clínica del obsesivo que «contrariamente a lo que se dice por ahí, los padres sí tienen que ver [con la transmisión del modelo obsesivo]. No es por nada que se es obsesivo» (Lacan, Les Formations de l’inconscient, p. 401). Y más precisamente en el caso de los homosexuales, según Lacan, «hay antes que nada una relación profunda y perpetua hacia la madre. [Ella habría tenido], según la media de los casos, una función directora, eminente, en la pareja de los padres y se habría encargado mucho más del hijo que del padre. […] Yo creo que la llave del problema del homosexual es ésta: si el homosexual, con todas sus nuances, le da un valor predominante al objeto bendito al punto de convertirlo en una característica absolutamente exigible de la pareja sexual, es en tanto que, de cualquier forma, la madre le hace la ley al padre […]. Es la madre la que se encuentra en la situación de haberle hecho la ley al padre en el momento decisivo» (Lacan, les Formations de l’inconscient, 1957-1958, pp. 207-208).
¡Hacerle la ley al padre en el momento decisivo! Esta es una de las coordenadas que, durante la segunda mitad del siglo XX, permite que la madre, figura subterránea del angustiado poder femenino, se imponga a la ilusión del “dominio masculino” convirtiendo al hijo en un ser que con las mujeres no puede, no quiere, no osa, no va y a las que renuncia a tomar como objetos sexuales. Y «en el momento decisivo» querría decir que es en el momento en que el niño va formando su bagaje masculino para que, en la pubertad o un poco más allá, pueda atravesar la barrera angustiante, pero al mismo tiempo excitante, del espacio en donde uno puede relacionarse íntimamente con las mujeres. No necesariamente, al comienzo, se trata verdaderamente de “mujeres” de carne y hueso sino, al menos, por el momento, pueden ser sólo “mujeres” en el sentido de objetos conceptuales del fantasma y del deseo masculino, encarnado, aún mejor, en los lazos inconmensurables y a veces insostenibles del amor por una mujer.

La Violencia del padre y la mujer víctima. 

Estas cuestiones sobre la madre en su relación con el padre y con el hijo, no como mujer sino como madre en ambos casos, nos llevaría a estudiar más detenidamente la posición del padre en su rol de transmisión de lo masculino al hijo. Hay, por ejemplo, posturas en las que el padre ha dejado enfriarse las relaciones con la madre, al punto de ya no tratarla nunca más como mujer. O al contrario, tenemos los casos en los que el padre esta muy enamorado de la madre, lo que no siempre lleva al mismo resultado de homosexualidad en el hijo, como bien lo dice Lacan igualmente en Las Formaciones del Inconsciente (Lacan, 1957-1958).
Eventualmente, hemos también hallado casos en los que, en un grave y largo conflicto conyugal entre los padres, han habido terribles maltratos de los hijos por el padre. Y esto, con o sin violencias físicas y psicológicas igualmente a la madre. En estos casos, evidentemente, no es porque el padre es violento que él ha ocupado el rol que le incumbe. Muy por el contrario, en estos casos, ha habido una reversión de la encarnación de la ley del Padre en la familia, de tal manera que ésta pasa de la persona del padre hacia la madre. Y muy frecuentemente por intervención de la justicia, el padre violento ha sido obligado a abdicar de su función lo que no va sin consecuencias psicológicas en el desarrollo psicosexual del hijo. Porque el padre como modelo masculino ha sido disminuido considerablemente. Pero igualmente porque frente a esta situación, la madre adquiere un poder fantástico, exagerado, que la pone casi en un altar. Y, por otro lado, ese poder suplementario y artificial que le viene del exterior a la madre, se basa en una posición de “mujer víctima del hombre violento”. Se llega así a la fórmula fija según la cual, en el marco de las relaciones eróticas entre hombres y mujeres, se vuelve la mujer víctima de la violencia del hombre. Es decir que las violencias conyugales hacen que se configure un fantasma inherente a los maltratos del hombre sobre la mujer y que se articula en la fórmula de Una mujer es forzosamente víctima de un Otro malo (Arce Ross, Ni Una menos ni el Otro malo, 2016). El problema es que, partiendo de las violencias de vínculo en la pareja, el fantasma de Una mujer siempre víctima de un Otro malo podrá dominar no solamente la vida sexual de una mujer sino también, bajo ciertas condiciones, la de su hijo varón.
Esta doble existencia de la madre, por un lado, con un poder exagerado sobre un hombre que ha sido humillado y disminuido por una falta grave y, por otro lado, su posición de mujer víctima en las relaciones eróticas con el hombre, no le permiten simbólicamente poner en práctica una postura femenina atrayente en relación al hijo.
En estos casos, el hijo recibe igualmente un doble mensaje que le impide posicionarse como un hombre pacífico frente a una mujer que no sea víctima. En otras palabras, es como si el hecho de posicionarse como hombre frente a una mujer equivaldría forzosamente a ser violento como el padre y a tener una mujer paradójicamente siempre víctima y fálica como la madre, lo que obviamente de ninguna manera sería aceptable para él. Si es así, eso nos indicaría el hecho de que todos los homosexuales son, en el fondo, heterosexuales que se ignoran, pero heterosexuales inconscientemente contrariados.
Es en ese punto del doblaje de la problemática en donde debemos ubicar los otros elementos que conforman la causa psíquica de la homosexualidad. Podríamos preguntarnos, ¿de dónde le viene la energía o de dónde saca fuerzas la madre para hacerle la ley al padre? ¿Cuáles son los factores que, a pesar de su relación con el padre, le impulsan a acapararse del hijo como si éste fuese una muñequita y no un hombre?

Disminución de la sexualización de padre y madre.

La violencia física y psicológica del padre sobre la madre y sobre los hijos, así como la doble reacción paradoxal de la madre que la exagera como madre y la disminuye como mujer, sólo se observa, de manera evidente, en algunos pocos casos de homosexualidad. Eso sí, cuando ocurre, este elemento es bastante importante y hace que padre y madre sean drásticamente disminuidos, respectivamente, como hombre y como mujer.
Así, por ejemplo, una joven homosexual que, habiendo vivido escenas terribles de violencia del padre contra la madre e incluso contra los hijos pero nunca contra ella, se asume en sus relaciones eróticas como “el Otro malo que violenta a una mujer víctima”. Es así como, en todas sus relaciones amorosas, le insulta, le pega y la domina violentamente a su pareja mujer. Ella misma dice que si fuese un hombre hubiera sido muy violento, hubiera sido un hombre que maltrata, humilla, domina y hasta viola a las mujeres. A la inversa, para ella, el solo hecho de imaginarse con un hombre es algo que le produce un profundo disgusto, muchísimo asco y un horror insoportable. Imposible para ella ser, aunque sea sólo en pensamiento, “la mujer víctima de un hombre violento”.
Pero, lógicamente, este elemento de las violencias entre padre y madre, por más potente y concreto que sea, no es suficiente para promover la fabricación de una posición homosexualizada. Sin embargo, cuando ocurre y si está intrínsecamente relacionado con las posiciones eróticas (estrictamente de pareja hombre-mujer), puede hacer que la versión sexualizada según el propio sexo  y en relación al sexo opuesto se vuelva muy difícil de asumir. Es por eso también que hablamos de ello, porque nos ayuda a visualizar mejor los otros elementos en causa.
Sin embargo, el verdadero factor que nos interesa no es exactamente la violencia conyugal ni la violencia familiar sino la disminución de la sexualización de padre y madre. O sea que, por causa de la violencia o de otro factor equivalente que ya veremos más adelante, el hijo se encuentra frente a una disminución bastante grave de la feminidad y de la masculinidad, respectivamente, en las relaciones de la madre y del padre entre ellos y, más que nada, en las relaciones de cada uno de ellos con el hijo.
De hecho, la violencia de padre y madre es algo tan sensible y visible, como obstáculo posible a la heterosexualidad del hijo, que nos ayuda a entender mejor lo que sería un obstáculo equivalente a ella. En realidad, un obstáculo equivalente puede ser aportado por la madre o por el padre (o por los dos) sin que ellos lo sepan, sin que ellos puedan darse cuenta. Es por eso que no es una culpa y a veces ni una responsabilidad de la madre o del padre, sino que, más bien, es un vector de transmisión inconsciente. Además, las vías de transmisión transgeneracional son múltiples, complejas y entrecruzadas según provengan en intensidades, en amplitudes y en frecuencias diferentes de los tres vectores ya mencionados, o sea que hay una convergencia siempre desigual entre el sustrato patógeno que viene de la familia de la madre, el que pertenece a la familia del padre y el oscuro y misterioso sujeto de la pareja de los padres con el que cohabita desde siempre el hijo.
Ser tratado como una muñeca por una madre fálica o ser tratado como un príncipe por una madre-mujer-no-toda, es decir por una madre que le transmite al hijo el deseo de buscarse una mujer como pareja, no es lo mismo. El primer cuadro va en el sentido de una angustia en posicionarse en lo masculino, junto con la tentación de una identificación al falo imaginario de la madre para contener a una angustia femenina desbordante, lo que le llevaría a una versión pasiva en las relaciones homoeróticas. El segundo cuadro lleva, al contrario, a una afirmación firme y sólida aunque talvez también un poco excesiva de lo masculino.
Ser tratado de manera indiferente por un padre sexualmente humillado, ausente o disminuido en su capacidad masculina de padre y si se tiene además una madre fálica, por una parte, o ser tratado como un descendiente ansiosamente esperado que conquistará el mundo por un padre serenamente anclado en lo masculino y si se tiene también una madre no-fálica, por otra parte, definitivamente, no es lo mismo para un hijo. El primer cuadro va en el sentido de una enorme inhibición de lo masculino, inclusive hasta más fuerte que a partir de la relación angustiante con la sola madre fálica. El segundo, al revés, hace despertar en el hijo las bases necesarias para tomar las riendas seguras, excitantes y aventureras de la masculinidad.
Ser espectador de terribles violencias conyugales entre los padres, de violencias contra un hermano del mismo sexo o de la indiferencia erótica en la alcoba de los padres, por un lado, o ser espectador de una pareja completamente o relativamente pero dialécticamente amorosa en los padres, sin violencias y sin sus equivalentes psíquicos, por otro lado, no es lo mismo para la asunción de lo masculino en el hijo (Arce Ross, Violence du couple parental, danger sexuel pour l’enfant, 2013). El primer cuadro, como en el fantasma freudiano de «Pegan a un niño» (Freud, 1919), conduce al hijo a construirse un goce masoquista femenino así como a volverse fóbico de cualquier intimidad sensual con el sexo opuesto. El segundo cuadro, le permite al hijo el deseo y el saber inconsciente de funcionar como padre simbólico para otros y, para empezar, de las mujeres en general y, en particular, de la mujer amada.
Sin duda alguna, aquí estamos hablando de la potencialidad de una parte oscura que todos podríamos tener, pero que tenemos de manera muy diferente y con contenidos muy diferentes según nuestras historias familiares y según las asociaciones conyugales que formamos en nuestra vida amorosa. En el caso particular de la asociación de pareja entre la madre y el padre del sujeto homosexual, las partes oscuras de cada padre se articulan de manera específica y están compuestas también por contenidos específicos para este destino de goce sexual.
Entonces, en los casos de violencia entre padre y madre o, en su defecto, es decir en los casos en los que realmente no se dan estos fenómenos de violencia sino un otro obstáculo equivalente, ¿cuál sería el elemento que relaciona el factor de bloqueo, o cuál sería el elemento que relaciona la parte oscura de la vida de la madre (o del padre o de la generación anterior), con la posición sexualizada del niño con su propio sexo?



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